La música de Cantuária se dirige al detalle sensitivo y la exuberancia, por eso esta curiosa cita se ve reforzada por el refinamiento tímbrico acústico, los silencios y las texturas ingrávidas o angulosas creadas por su compañero de viaje. El emparejamiento entre ambos, como no podía ser de otro modo, trasmite una comunión cálida pero también impregnada de un misterioso palpitar. Hay una química inmediata entre las guitarras acústica y eléctrica en los temas más elocuentes del proyecto, "Mi declaración", "Lágrimas mexicanas" y "Lágrimas de amor".
Al cantar Cantuária no esconde su pasado bossanovista y se acerca lánguidamente a la canción tradicional en español (de Machín al mismo Caetano Veloso). La erudición instrumental, (en " La curva" y en "Aquela mulher"), los ritmos cruzados entre la cultura afroamerindia y la combinación fluida de samba-bossa sostienen el diálogo a dos voces. Si la esencia brasileña se hace más evidente hacia el final, es allí, en "Briga de namorados", donde aparecen, como saliendo de una tupida selva, las recreaciones oníricas de Frisell.
En suma, un encuentro distinto, susurrante y apasionado, enfático en lo romántico, con las cadencias descompasadas del también guitarrista neoyorquino Marc Ribot. Sonidos cautivadores que nos devuelven el mensaje persuasivo y cómplice entre dos músicos que no saben de fronteras.
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