He tenido la gran suerte de presenciar una parte de la grabación de este disco. Y con Mercedes, cuya voz vence el frío del invierno, con Domingo Cura que hace sonar el bombo en un rito majestuoso y jovial, con Óscar Alem que da al bajo sonoridades y ritmos de agua profunda, con Nicolás Brizuela puesto a pulsar su guitarra criollísima y con Santiago Alberto Bértiz, "Pepete", en las cuerdas de las que no se sabe bien si de pronto van a salir volando mariposas o pájaros, he asistido a una especie de prodigio.
Llegamos al estudio, tras un simple tararear de Mercedes en la línea melódica, tras una breve, certera, indicación técnica de Alem y un repaso ligero de acordes y compases de "Pepete", brotaron las zambas y las chacareras del maestro. En menos de dos horas y media de labor, cinco canciones de Atahualpa Yupanqui quedaron —el punteo, el rasgueo, las cadencias, el gorjeo y el son— para deleite de tantos que somos hoy, y de muchas que mañana serán, plasmadas sin mancha en el acetato bendito.
Muchas veces me he preguntado, desde mi estremecimiento dulce, oyéndola una y otra vez pero nunca bastante, cual es el secreto de Mercedes en su voz que traspasa todos los muros y los años y llena el firmamento. Y no he podido hallar en los pentagramas la respuesta cabal. No es sólo cuestión de afinación, de aire amplio, de ritmo dominado, perfecto. Va más allá, cielo arriba: porque amor es su palabra fundamental y amar es el verbo mayor que ella conjuga. Y ahora lo confirmo. Porque en ella va la poesía inviolable de la tierra".
Alberto Domingo.
(Revista "Siempre". México).
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